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El hijo de un desplazado. Momentos con el escritor colombiano Germán Castro Caycedo (página 2)




Enviado por memoriasmadera



Partes: 1, 2

Lamenta no haber venido con Catalina, su hija arquitecta
residente en Francia; con su hijo político de nacionalidad
francesa, documentalista de televisión y con Gloria
Moreno, La tortuguita, su esposa desde 1976, colega
profesional y directora de la fundación Medios para la
Paz, de quien estuvo pendiente todo el tiempo vía
celular.

Afirma que su vicio es escribir, pero debemos confesarles que
descubrimos otro de sus vicios: conversar y lo hace tan agradable
y con tanta entrega a sus interlocutores, como cuando escribe a
sus lectores. Cuántas historias albergará su
memoria, producto de tantas otras vivencias en distintos lugares
del mundo y en circunstancias tan disímiles. Sin embargo,
aprovecha cualquier pausa en las tertulias, para hacer memoria en
voz alta de la inolvidable Chavita, la mujer que cuidó su
niñez:

-Niño Germán, no se olvide hacer sus
baños de asiento.

-¿Y qué son esos baños de asiento,
Chavita?

-Echarse sopitas de agua tibia en el culito, termina
Germán, mientras acciona su mano derecha en ademán
de empujar agua hacia el cuerpo.

En el marco de esa simplicidad desarrollamos nuestra
conversación, en la que hablamos de todo un poco, pero
también dejamos otro tanto sin tocar. Como sea,
presentamos a nuestros lectores un perfil de Germán Castro
Caycedo relatado en primera persona, al que agregamos algunas
notas que consideramos de ayuda para la rápida
comprensión del texto. El zipaquireño de aguda
critica cuya vida es una cátedra, que entendió su
destino a muy temprana edad, que transpira nacionalidad, que se
declara pesimista ante el futuro de lo colombiano y que no
necesita presentación.

Hijo de un desplazado

Empecé a leer la prensa diaria a los 16 años. A
mi casa llegaba El Espectador y a casa de mi abuela llegaba El
Tiempo. Vi a mi papá siempre haciendo lo mismo, mientras
me insistía en la necesidad de leer algo. Encontré
a los grandes cronistas colombianos de la década del
sesenta especialmente en El espectador, empecé a leerlos
muchísimo y me dije: Yo quiero ser esto.

Alejo Arturo Castro Morales era escribiente de un juzgado -el
empleado más modesto- primero, y después
secretario. A pesar de tener, póngale, quinto de primaria,
era un hombre culto; mi papá no tuvo más, creo yo,
pero fue un lector impresionante. La colección de historia
de Colombia que dejó a la Biblioteca Nacional ocupó
camión y medio de libros.

Llegó a Zipaquirá huyendo de la violencia, con
miedo. Provenía de un sitio llamado Fosca en Cundinamarca,
que queda cerca a Medina, parte de los llanos orientales. De
manera que soy hijo de un desplazado, aunque no me parece que el
nombre sea desplazado. El nombre es desterrado. Hijo de un
desterrado soy yo.

Conoció a Elena Caycedo, una mujer que se pasó
toda su vida leyendo. Muy culta era mamá. Lo que pasa es
que ella despuntó cuando Colombia no le daba muchas ni
grandes oportunidades a la mujer, que era criada y educada para
ser esposa, es decir, esclava de un hombre. Entonces las artes
que aprendían era a administrar su casa, de la que
mamá fue gran administradora. Como gran cosa fue
bachiller. El bachillerato de las mujeres era el bachillerato
menor, no se le daba el chance de hacer los seis años sino
cuatro, mi mamá, no sé por qué milagro
consiguióဦ bueno mi abuelo, ser
bachiller mayor, pero nunca pudo estudiar la carrera que
quería, ella quería estudiar historia. Ese chance
no; mamá tenía que prepararse en otras cosas. Nos
irradió su disciplina.

Hacerle ver una película a la
gente con un estilógrafo

Parte de los cronistas y de la gran crónica colombiana
de esa época nació en la página roja, tal
vez por ese sentimiento trágico de los colombianos
¿no? Todavía tengo en la cabeza unas historias de
Luís de Castro, gran cronista de El Tiempo, acerca de un
tipo llamado Richard que con otro, mató a un taxista y
huyeron hacia el llano y Luís de Castro va detrás
de ellos, me imagino que con la policía. Lo apasionante de
esas crónicas diarias, de ese diario de campo de
Luís es que empecé a conocer el llano, el entorno
del sitio por donde estaban huyendo. Eso fue una fantasía,
me mostró cómo a través del periodismo
podía uno conocer a Colombia.

Posteriormente se perdieron en la selva que hay saliendo de
Neiva hacia el Caquetá dos esposos gringos: Los Cantrell;
y Germán Pinzón se fue a buscarlos. Se fue con unos
guías, una comisión de campesinos que salio a
buscarlos. Germán un periodista urbano, pero el cronista
más grande que yo conocí en el sesenta, se hizo una
serie sobre los Cantrell que me llevó a la selva y me hizo
sentir el calor y el rigor de la selva. Unas crónicas
maravillosas y entonces volví a decir, ahora sí
quiero ser esto en mi vida.

Más allá de las aventuras, me atraía el
poder de hacerle ver una película a la gente con un
estilógrafo. Ese era el poder que implicaba ser cronista:
que la gente leyera una crónica y viera una
película. Era toda esa creatividad maravillosa lo que me
llevaba más allá de la aventura. Era escribir con
imágenes, con todo el mundo sensorial, es decir, que se
vieran colores, que se olieran aromas, que se oyeran sonidos. Esa
es parte de la metodología que luego utilicé y que
descubrí en los grandes cronistas.

Publicaba notas muy pequeñas en la revista del colegio
La Salle, donde estudiaba, porque la hacían los mayores,
los de quinto y sexto de bachillerato, pero luego tuve un
periódico que era una hoja de mimeógrafo -la
fotocopiadora del momento-, donde daba noticias del colegio. Se
llamaba El Aguijónဦsiempre el cuento
¿no?… Con cinco hojas que vendiera ya tenia para el
otro.

Estudié en Zipaquirá hasta los 17, cuando me
expulsaron del colegio. Nunca perdí una materia pero, por
mamar gallo, los hermanos de La Salle me pusieron una nota muy
baja en conducta, me pusieron tres y medio; con esa
calificación no podía uno pasar por frente al
colegio, entonces me mandaron a estudiar a Bogotá. Creo
que fue como deliberado, Zipaquirá me quedaba estrecha, yo
quería liberarme de un mundo tan reducido y entonces
terminé bachillerato en Bogotá.

Estudie dos años de antropología pensando en ser
periodista, no antropólogo, para tener herramientas que me
ayudaran a conocer mejor a Colombia. Lo que pasa es que
escuché una charla una vez de lo que era la
antropología y dije bueno, esa debe ser la carrera que le
permite a uno conocer más a fondo el país desde el
punto de vista de sus culturas.

Por dos avivatadas

Simultáneamente fui corresponsal de la mejor revista
taurina del mundo que se llama El Ruedo, de Madrid.
Corresponsalía que me gané por una avivatada. Mi
papá era un buen aficionado a los toros; me llevó a
los toros desde muy niño, a los siete años vi a
Manolete, a los seis vi a Conchita
Cintrónဦ algo entendía yo,
entonces comencé a escribir de toros.

Supe que habían botado a Pepe Alcázar,
corresponsal de El Ruedo en Colombia, por pedir plata a los
toreros. Yo tenía la dirección y el nombre del
director de la revista en España -Don Alberto Polo
Fernández- y le disparé una carta.

En ese momento trabajaba en el correo aéreo de Avianca
como subsecretario de prensa, que era un puesto
pequeñísimo. Le escribí a Don Alberto Polo
Fernández, pero de entrada le dije: "Mi querido Amigo",
nada de ponerle don Alberto ni ¡qué carajos! "Soy un
ejecutivo de la empresa Avianca de
Colombiaဦ" ¡no joda! La dejé y
esa noche me imaginé el final, de modo que al día
siguiente madrugué y la rematé. Decía
"Aunque nos separe la pequeñez de un océano, nos
une la inmensidad de la hispanidad. Germán Castro
Caycedo"ဦA los quince días,
corresponsal de El Ruedo de Madrid en Colombia, Ecuador y
Venezuela pa` no joder mucho. Y ahí ya un grande en el
medio taurino, ya era el chacho. Los periodistas taurinos eran
hombres maduros de treinta y tantos años, yo tenía
como veinte.

Me enrolo entonces con el medio taurino, pero a través
de ese periodismo conozco a Carlos Alberto Rueda: Un gran
periodista que tuvo grandes cargos; fue reportero de la UPI
acreditado en Casa Blanca y en el Centro Kennedy, pero antes de
esos puestos que, por supuesto reconocen la calidad de él,
fue director de Deporte Grafico. Ese fue mi maestro, porque
Germán Pinzón y los demás fueron maestros
porque yo aprendía leyéndolos. Pero ya Carlos
Alberto era maestro con tareas, con explicaciones y con "hay que
leer tal libro y tal otro y tal otro y por esto y por esto".

Recomendaba mucho libro periodístico. Recuerdo que,
cuando Watergate, me recomendó el libro de Woodward y
Bernstein; me recomendóဦotros y
mucho periodista colombiano del ayer ¿no? A Marco Tulio
Rodríguez, Germán Pinzón, Camilo
López, un gran cronista.

Me llevó primero a Deporte Grafico que fue una revista
de Carvajal y compañía súper financiada y
súper bien hecha. A través de la revista me
llamaron a la redacción deportiva de El Tiempo, porque
Humberto Jaimes, su director, me leía. Llamé a
Humberto y me dijo "Aquí está la puerta abierta
maestro. Pero Carlos Alberto me detuvo:

-Tienes que hacer un año antes o te quemas.

Entonces me consiguió puesto en La República. Al
año ya creía que tenía alas para volar y
volví a tocar en El Tiempo donde me recibieron
inmediatamente. No creo que haya estado dos semanas en la
redacción deportiva. Cuando llegué a El Tiempo le
propuse a Humberto hacer una columna por cada partido que se
llamara Desde el banco deဦ y el "de"
era el apellido del entrenador visitante que fuera o del
entrenador extrovertido que hubiera ahí.

Vino el Cali a jugar con Santa Fe. El entrenador del Cali era
Don Pancho Villegas, un viejo maravillosoဦ
entonces Desde el banco deဦ era
copiar toda la sinfonía de gritos que daba el entrenador
durante el partido y a la mitad, me venía con el
entrenador al camerino a ver que le decía a los
futbolistas. Una columna dialogada. Me acuerdo que el viejo
Pancho era muy vulgar. Si no estoy mal, el arquero del deportivo
Cali era Ayala. Iban perdiendo 2-0 y cuando entra Ayala de
último al camerino, haciéndose el loco, lo llama
Don Pancho y le dice (pone acento argentino):

-Achiolo Vení, conseguite un parche y tapate el ojo
y vestite de pirata, hijo de pဦ
Salimos
de nuevo al campo y el Zipa Gonzáles, que era puntero
izquierdo y tenia una velocidad que le permitió
desmarcarse, le mete el tercer gol al Cali. Me vuelve a mirar Don
Pancho y me dice refiriéndose al Zipa:

-El hijo de pဦ tiene una turbina en
el orto.

Entonces con esa sinfonía de dichos de Pancho Villegas,
que era genial, me salió una columna muy buena y Don
Hernando subió a la sección de deportes ese lunes y
dijo:

-¿Quién hizo esta columna?

-Mierda me echaronဦMe
agarró de las solapas y dijo:

-Lo voy a volver el mejor cronista de este país,
camine pa" Redacción General.

Son cosas de mucha suerte, porque si me toca otro entrenador
que no tuviera la genialidad de Pancho Villegas, la columna no
pega.

Pasé a cronista general sin fuentes de
información, porque a todos los periodistas les dan unas
fuentes a las que tienen que estar llamando todos los
días: Gobernación, Ministerio del trabajo,
Congreso… Entonces para que no me pusieran eso, que era una
esclavitud y de ahí no salían más que
noticitas todos los días, le dije, en otra avivada
mía, a Don Hernando Santos:

-¿Qué habrá aquí?, mientras
le señalaba la banda izquierda del Golfo de Urabá:
Acandí, Chocó.

-¿Por qué no me voy para Acandí y
hacemos una serie de crónicas a ver que hay allá?
Me contestó:

-Váyase. ¿Cuánto se demora?

-Me demoroဦocho días

-Bueno váyase.

Me demoré como tres semanas, por lo difícil de
ir y venir y porque me gusto beber aguardiente allá en
Acandí, eso era un paraíso. Entonces cuando
llegué traje tres crónicas que no fueron la
sensación, pero fueron diferentes. Mostraban un mundo
desconocido, donde nacieron las bananeras de verdad, por donde
pasaron hacia Chile miles o centenares de refugiados alemanes de
la primera guerra. Un país con Miami a tiro de piedra. En
ese momento todos los periodistas de Colombia estaban encerrados
en sus redacciones. No viajaban como lo hacían en la
década del sesenta, cuando iban al sitio donde
ocurrían las cosasဦSuerte de
encontrarme un periodismo refugiado en las redacciones y conocer
el ayer de mi profesión a través de los grandes
cronistas.

Me quedé a viajar y ya empecé a querer saber que
había en cada punto y si había una noticia, por
ejemplo, de contrabando de ganado hacia Venezuela, como
ocurrió, me fui a buscar las trochas. La trocha más
famosa que había por Pamplona; fui hasta Saravena que en
ese momento no era nada. Después fue una zona de violencia
bárbara, a la que volví cuando renació el
ELN. Ese era mi trabajo: descubrir un país. Me pagaban por
hacerlo y la gente me leía.

Diez años estuve en eso. Tampoco es que uno sea la
estrella. No, son oportunidades que la vida a uno le da y creo
que el asunto está en aprovecharlas, descubrirlas y en
parte crearlas.

La otra suerte es que mi jefe era el dueño de El
Tiempo. Yo no dependía de un mando medio que me pudiera
sentar allá a no hacer nada. El dueño era mi jefe
directo. Esa es otra suerte que no la tienen hoy los
jóvenes.

Escribe de tu pueblo y serás
universal

Pienso que hay que escribir de lo nuestro, pero de tal forma
que no sea tan localista sino que sea más internacional,
sin devaluar nada de lo nuestro, pero tal vez con un mensaje
más universal. Por ejemplo, hay un libro que es muy
colombiano para mi, que es Mi alma se la dejo al diablo.
Una historia de selva. Ha sido traducido a once idiomas, no con
el éxito de García Márquez porque yo no
escribo ficción, sino, no-ficción, pero es un libro
en once idiomas: en chino, japonés, francés,
húngaro, griegoဦ Está en los
idiomas más raros que usted imagine.

Me convencí de que tenía que ser yo, que
tenía que ser colombiano, que en los libros tenía
que ser Colombia; solamente que no ponerle por
ejemploဦ "esto fue un camello", porque no
lo entienden: "esto fue un trabajo increíble" es otra
vaina; sin quitarle tampoco su pátina colombiana.

Mi deseo ha sido trascender las fronteras. Mostrar lo que es
nuestro país. Hoy estoy convencido de que el periodismo
tiene que responder a la índole de cada pueblo. La
técnica es universal, pero el contenido, el sentimiento,
tiene que corresponder a cada país. En ese sentido no creo
que los estadounidenses, ni los europeos sean mejores periodistas
que nosotros. Ellos son muy buenos en Europa o en Estados Unidos.
Aquí no son mejores. Aquí somos mejores nosotros.
Estamos interpretando nuestro sentimiento cultural
¿no?

Para mi crónica y reportaje es lo mismo. Es posible que
esté equivocado, pero hasta donde me di cuenta,
aquí siempre se le llamó crónica al
género mayor del periodismo, que nace con los cronistas de
indias llegados con los conquistadores, y da su gran paso
adelante, hasta donde yo sé, en 1861 a 1868 ò 9 con
Papel Periódico Ilustrado dirigido por un periodista
extraordinario: Alberto Urdaneta, dibujante además.
Investigaba mejor de lo que investigamos hoy y escribía
mejor. Hasta que un señor bogotano, muy cachaco, que se va
para París, descubre que se dice reportage y vuelve a los
dos años diciendo "¡Mierda! Hay que decir reportage,
porque es que crónica suena a indios y los colombianos
somos blancos. Yo soy blanco". Y se quedó llamando
reportaje, en una anécdota que muestra la falta de
identidad de nuestro país. Crónica o reportaje es
lo mismo.

En los sesenta y setenta hay que
nombrarဦyo no sé. Es ilimitado el
número de cronistas que ni vale la pena nombrar porque
puedo olvidar a muchos. Desgraciadamente no los conocen en las
facultades de comunicación. No se estudian. Se estudia a
Oriana Fallaci o se estudia al periodismo de Miami en los estados
unidos, pero los nuestros no se estudian.

La crónica se siguió haciendo pero ya sin
viajar, que es definitivo, es elemental, básico. Hay que
ir a donde ocurren las cosas y por lo menos ver un amanecer y un
atardecer ahí. Entonces volví a hacerlo yo, porque
así lo hicieron mis maestros, porque así lo
leí y porque esa fue la tradición que
heredé.

Era una maravilla poder descubrir el país, Salir
más allá de la Avenida Jiménez que era donde
estaba El Tiempo. En el caso de televisión ir más
allá de la calle 26 que era donde estaba la Televisora
Nacional.

Enviado especial

Fernando Gómez Agudelo, dueño de RTI
Televisión, era un genio de las comunicaciones, era
abogado y además ingeniero electrónico, el mejor
melómano del país y un demócrata
extraordinario. Se imaginó una televisión que
descubriera al país. Hasta ese momento no había
sino dos programas periodísticos en la televisión
de Colombia: El de Elkin Mesa y el de Margarita Vidal que eran
ambos de entrevistas en estudio.

Yo acababa de publicar Colombia Amarga que es un libro
de viajes por todo el país, algunas de esas
crónicas ya habían sido publicadas por El Tiempo y
otras eran inéditas. En eso Me llamo Fernando Gómez
y dijo:

Tengo un programa que se debe llamar Enviado especial y no
había encontrado la persona.

Cuando dijo eso, yo casi pego un grito.

-Quiero que seas tú, prosiguió.

En ese momento yo me ganaba en el Tiempo $2.800 pesos
mensuales, que era un dinerito para vivirဦ
ya estaba enamorado de mi señora pero no nos
podíamos casar porque no había plata; eso no
alcanzaba y me ofrece ¡$25.000 pesos al mes! Casi diez
veces másဦ Pegué un
brinco.

Ahí me cambió la vida no solamente en lo
emocional, en lo maravilloso, sino en lo profesional, porque
entonces hice un curso con un productor que venia de estudiar
cine y televisión en Cinecittá en Italia: Bernardo
Romero Pereiroဦ ¡tronco de maestro!
Hicimos un entrenamiento de tres meses, muy intenso, para pasarme
del medio escrito al audiovisual. Hicimos como tres o cuatro
programas que nunca salieron al aire porque eran para cometer
errores y solucionarlos. Tuve la suerte de semejante maestro.

Fácilmente encontré que no hay diferencia
estructural en esos dos medios. Para decirlo en una forma
más sencilla: las descripciones que hacía con la
maquina de escribir, en televisión pasaban a ser descritas
por la cámara que yo dirigía y editaba, incluyendo
los sonidos que son parte del testimonio. Las entrevistas que
hacía para el periodismo escrito, ahora las hacía
con una cámara de televisiónဦ
hablando de lo más elemental. Comprendí desde el
primer día que era el mismo periodismo, con dos
expresiones diferentes.

El primer Enviado Especial sale al aire la víspera de
mi matrimonio, un viernes de abril de 1976. Lo que había
hecho los últimos diez años fue ir mucho al llano y
a la selva; sin embargo hicimos un programa muy urbano: Un
ladrillo impresionante de una horaဦ
¡pero un ladrillo! De la inmigración de gente a las
canteras de Bogotá.

En la casa había fiesta de entrega de regalos. Toda la
familia de Gloria, antioqueña, llegó de
Medellín, una familia muy grande y muy prestante. Mi
familia también estaba presente y parte de la noche fue
ver el programa. ¡Una hora! Cabeceaban, bostezaban, para no
dormirse se paraban y daban una vueltica y luego volvían y
yo, ¡claro! El chacho en
televisiónဦ

Después hicimos un programa en el que se ve la selva.
Ese ya mejoró. Fueron mejorando muy rápido, a
medida que Bernardo me iba corrigiendo los errores. Era un
aprendizaje extraordinario sobre la marcha.

Se producía en blanco y negro en cine de 16mm con
sonido magnético. Por un lado el audio en una grabadora y
por el otro lado el video; vertíamos en un video tape y
mezclábamos. Era un poco la edad de piedra del sonido. El
sonido óptico fue un paso más adelante.

Ahora tenemos una televisión muy comercial; el
país ha abandonado ese tipo de programas. No se anuncia en
ellos, porque se caen con el gobierno, porque pueden tener
problemas o "dejamos de ser amigos de tales doctores
dueños de las programadoras".

La preparación de Enviado Especial duraba quince
días. Yo tenía dos investigadores que iban delante
de mí con otro tema que previamente les escogía.
Determinaban a dónde valía la pena ir,
hacían los contactos y establecían citas. Luego
llegaba yo. La edición de media hora de televisión
nos demoraba veinte horas continuas, disponíamos de mucho
material, pues filmábamos diez a uno, en los comienzos.
Luego cuatro a uno, que no es demasiado.

La mayoría de tales programas eran de denuncia. Por
ejemplo el que tuvo por tema la contaminación de la
bahía de Cartagena con mercurio metálico por
derrame. Nosotros averiguamos antecedentes: Escribí a la
Sociedad Americana para el Avance de la Ciencia en Estados Unidos
y me respondieron con los casos de contaminación en un
lago norteamericano y en la bahía de Minamata en
Japón. La embajada del Japón me dio materiales
sobre lo que fue el caso. Ayudados por un señor de la
zona, fuimos al lugar del vertimiento llamado Caño
Casimiro; pusimos un colador que estuvo diez o quince días
en el sitio y llevamos esos residuos a un laboratorio que
confirmó la presencia del metal. Con esos antecedentes
más lo que hallamos en Cartagena, hicimos una serie de
tres programas y logramos el cierre de la planta contaminadora de
Álcalis de Colombia, no obstante que ellos lo negaron
desde el principio.

Otra denuncia grande, que ocupó cuatro programas, fue
sobre el contrato absurdo que firmó Colombia cediendo El
Cerrejón. No pasó nada. El gobierno se
hizoဦpero se creó una
polémica nacional. Luís Carlos Galán
terminó participando en ella y escribió un libro
llamado Los carbones de El Cerrejón. Por lo menos se
agitó el tema. Se le dijo a la gente "esto es lo
más irregular, Colombia va a salir perdiendo, como siempre
en este tipo de negocios, pero perdiendo muchísimo" y la
historia de los veinticinco años posteriores a la firma
del contrato lo ha demostrado: Colombia no ha ganado.
¡Colombia ha pagado porque se le lleven el carbón!
Yo ceo que El Cerrejón no genera más de cuarenta
empleos. Imagínese, en una inversión de esas.

Estábamos mucho en contratos leoninos en contra del
país y estábamos en las cosas maravillosas de este
país, más allá de los gobiernos y más
allá de los partidos. Por ejemplo en riquezas naturales
hicimos programas muy elaborados, desde Buenaventura hasta el
límite con Panamá, todo el Pacífico, en una
primera parte y luego, desde la misma Buenaventura, hasta el
limite con Ecuador, todo el
Pacíficoဦ ese gran potencial que
sigue inexplorado ¿no?

La prensa en general no es fiscal a nombre de su propia
sociedad. Es una prensa muy oficialista, muy con el
establecimiento, demasiado dócil. Uno debe ir por la calle
del centro, pensando siempre en que no hay más que un
interés para el periodista que su público, el que
lo lee o el que lo ve y escucha. No más. Eso fue lo que
practicamos durante veinte años sin una sola
rectificación.

El paso por televisión sirvió para que me
conociera la gente, lo cual es importantísimo para una
persona que escribe y, por otro lado, conocí mucho mejor
el país, más a fondo, con más detalle.

Colombia apagó la
luz

Me han ofrecido que me lance a la política, que me
candidatice al Senado. Qué voy a hacer al Senado si soy un
decepcionado de la política colombiana; de los
políticos colombianos, del congreso. Colombia nunca ha
podido, ni nunca podrá esperar nada bueno del Congreso.
¡Jamás! Cada día menos. Un congreso tomado
por el paramilitarismo básicamente y penetrado en una
parte por el narcotráfico, ha sido un Congreso lamentable
para mí. Por eso la política local no me seduce.
Tengo una posición política muy crítica
frente a la decadencia del país. Yo creo que hay que mirar
por encima de esa política liberal – conservadora. Nunca
hablamos de política con mi hermano Fernando. El Es
liberal. También soy liberal, pero lo que se llamaba
liberal doctrinario, por doctrina, por principios, como fue el
liberalismo a finales del 1800 y primeros pasos del 1900
¿no? Un partido ante todo libertario frente a la
ignorancia, a la cultura, al
pensamientoဦ

No se hasta que punto haya gente con identidad nacional.
Después de tanto ejemplo, tanto modelo, lo que ve uno es
todo lo contrario de un querer lo bueno para el país. Por
ejemplo, nadie quiere saber o entender qué es el TLC, o la
gente se hace la loca, pero el TLC es destruir al país.
Sencillamente destruir todo. Dejar de producir lo que producimos
y ponernos a importar todo. Un desempleo absoluto y una miseria
absoluta. Es aterrador.

Creo que Colombia es un país que apagó la luz y
no ve qué hay adelante. Soy muy pesimista en cuanto al
mañana del país porque analizo las estructuras y la
mentalidad de la dirigencia colombiana. Me parece terrible: es
tan pequeña, tan diminuta. Una falta de pensar en grande,
tan entregada a intereses extranjeros que no veo nada. Es
lamentable.

De los periodistas de hoy me impacta Daniel Coronell por lo
certero de su oficio. Estuvo exiliado dos años y su
columna en Semana mantuvo una actualidad, un conocimiento tan
supremamente profundo del país, mayor que el que tenemos
los que estamos aquí. Eso es admirable.

Me gustan mucho Claudia López, y Pedro Medellín
columnistas del El Tiempo y hay un muchacho Soto, en ese mismo
periódico, buenísimo, pero no se por qué
publica tan poco si tiene esa calidad única.

Ahora en manos de Planeta, ultraderecha, me pregunto
qué irá a decir El Tiempo, además de
ponernos a leer lo que piensan y quieren que sea nuestro
país. Entonces cómo va uno a tener mucha
ilusión en el mañana cuando el periódico
nacional más importante de Colombia, está en manos
de extranjeros diciendo y mostrando lo que quieren que veamos de
nuestro país.

El periodismo de hoy está tan alejado del entendimiento
y de la exaltación de las culturas, de las costumbres que
se transmiten de una generación a otra, de la comida, la
música, de esos rasgos que diferencian a Colombia en cinco
naciones culturales. Si se mete un poquito en descifrarlas, en un
trabajo que no es difícil sino de tiempo y de saber
cuáles son los parámetros para medir las culturas,
descubre esos países y va exaltando los nacionalismos.

Es que si abandonamos lo local vamos a ser una brizna, vamos a
ser nada. La globalización es una teoría
económica, pero no cultural; en cuanto abandonemos nuestra
cultura, que es el problema en que está Colombia, seremos
nada en el mundo. Cada día tenemos que conocer más
lo nuestro, ser más nosotros. Que lo económico vaya
por otro lado, es cosa diferente. La globalización no
consiste en repetir lo que hagan los demás, es hacer lo
nuestro. Como lo sentimos y como nos viene de atrás. Es
seguirnos poniendo de negro en el luto los de la zona andina, es
seguirse poniendo de blanco en el pacífico y es seguir los
llaneros bailando el baile del angelito -un zumba que zumba-
cuando mueren los niños.

Aquí comemos de lo que da la naturaleza nuestra. El
alimento de mar nuestro es diferente al de Europa. La fauna del
Pacífico y del Caribe es diferente a la de los mares del
Norte o a la del mar Mediterráneo. Esa es nuestra comida,
No veo por qué tengamos que importar pescado de
España. No ¡qué coños!, si aquí
tenemos el nuestro.

Un autor en busca de tema

Escribir me gusta mucho, es mi vida. Escribir es un vicio.
Ahora estoy buscando tema, no lo he encontrado. No quiero que mi
próximo libro sea de guerrilla de hoy, ni de
paramilitares, ni de narcotráfico. Por eso me ha costado
trabajo encontrarlo. Escribo literatura no-ficción, lo que
pasa en este país. Colombia es un país en el que
pasan tantas cosas increíbles que no habría que
escribir ficción. La realidad nuestra va más
allá.

Del Autor: Nació en Bogotá y se
trasladó a Medellín desde el año 1973. Ha
publicado el libro La Madera. Crónicas de un barrio
invisible
, a cuyo contenido puede el lector aproximarse en
http://www.barrioinvisible.netfirms.com/

De igual modo puede leerse su ensayo titulado Acerca de la
superstición de la pureza
en el portal de
monografías.com, en

http://www.monografias.com/trabajos16/supersticion-de-pureza/supersticion-de-pureza.shtml?monosearch

Contactos:


y

 

 

 

Autor:

Edgar Alonso Muñoz Delgado

Partes: 1, 2
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